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#RADAR: ¿QUÉ NOS PASA?

Las vacaciones (y la vida real) nos llevan a muchos lugares públicos en donde perdemos nuestra privacidad

Rafael Micha

Rafael Micha M Sc. es Socio Fundador y Director en GRUPO HABITA, experto en relaciones públicas, marketing y VIPs. Conocedor y amante del arte.

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Las vacaciones (y la vida real) nos llevan a muchos lugares públicos en donde perdemos nuestra privacidad. Que si aeropuertos, que si lobbys de hoteles, albercas o playas (públicas o privadas) y clubes idem. Trenes, camiones y taxis. Aviones todos. A mí me tocó hacer escala técnica por hospitales y consultorios médicos.

Nada grave. Pero en all of the above noté exactamente lo mismo: la falta de respeto a la convivencia es inminente y borda en lo desagradable e insoportable. ¿Insufrible? Las llamadas telefónicas en público a todo volumen y sin censura son inauditas, aunque no inéditas (y obvio sin audífonos o micrófono personal -manos libres). Tantas veces más en altavoz (y con speaker a todo volumen y a TODO PULMÓN).

Comer en espacios también es un vicio notorio. Uso de música, “pior”. Estoy francamente en shock por la falta de civismo, educación, buenos modales, et al. Durante la espera o en el transcurso del viaje somos partícipes involuntarios de conversaciones –muchas veces privadas– en la arena pública. Sin nuestro consentimiento, ni el remordimiento de nadie. ¡Y el uso de teléfonos móviles en restaurantes, gym, vestidores y hasta en el WC! Insólito. Nuestros omnipresentes aparatos de telefonía cuando son constantemente una distracción porque los consultamos ad nauseaum y nos interrumpen al recibir y contestar mensajes están ‘educadamente’ al lado de los cubiertos ¿derecha o izquierda? ¿en anverso o reverso?) como si así lo estipulara y estableciera el decimonónico Manual de Carreño. Además de su presencia y lectura furtiva (o muchas veces muy a propósito) nos dedicamos a responder con ridículos timbres (silbato, cantaleta, estrofas, en fin) en fuerte, a todo volumen, y sin ni siquiera una excusa de nuestra parte.

¿Qué diría Emily Post? ¿O en la popular columna semanal Ask Abby? O el decano de la civilidad y el civismo George Washington, quien dedicó tanto tiempo y sesudos análisis para completar su Rules of Civility, texto determinante para determinar e imponer las reglas de cortesía y conducta al norte de nuestra frontera. Desde ese experimento, pasó a convertirse en el primer presidente de Estados Unidos de América. Fast forward doscientos y tantos años después estamos mucho peor y so pretexto de la exposición que se presenta actualmente en el Museo del Estanquillo “¿Actuamos como caballeros, o como lo que somos?” me recomendó Marco Hernández, mi sensei, la versión para el nuevo milenio de la educación y buenos modales How to be a gentleman, de Glenn O’Brien. Justo estoy llevando a cabo una autopsia de la recomendación, ejercicio que seguramente ocupará este espacio en el futuro próximo, pero ¡qué molestos resultan op cit! Más los que se acumulen esta semana, termine finamente por darme cuenta, o que me lo recuerden los lectores o como decía en la peli Sunset boulevard: “The people in the dark”.

No dejen de escribirme para saber si sólo a mí, en lo personal me resultan esas nimiedades –que no lo son tanto– así de desagradables. Tanto peor como ver comer a alguien con la boca abierta o hablando mientras mastica el “bolo alimenticio”. Y todavía más grave, producir ruidos innecesarios (y otros efectos especiales). O en otro aspecto completamente diferente la falta de ortografía –que no tolero. O la carencia de vocabulario. Y ya entrados en quejas de las ‘ciencias sociales’ ¿qué les parecen los invitados que de último momento no llegan a los eventos –después de haber confirmado–, o la gente que cambia puestos asignados en las mesas.

O quienes no contestan los correos, solicitudes o RSVPs todos. Los invitados que no respetan el dress code y que son dignos de sesudas críticas en programas de la televisión de paga –con toda razón–. Aquí no aplica cuando las sugerencias son demasiado complicadas, creativas, extravagantes y parecen sólo el resultado de la imaginación de los organizadores. La lista sigue y sigue –como el comercial de baterías–, y además de la convivencia entre las personas, también habría que hacer un alto en los servicios públicos.

Ni qué hablar de los trámites de gobierno, impuntualidad y falta de eficiencia en la programación de una visita de un técnico y proveedor de servicios tipo SKY. O cuando al llegar a The Centurion Club de American Express te dicen que el acceso es sólo con tarjeta Platinum y que tus dos tarjetas doradas no te garantizan entrada. Hoy, hoy, hoy namás no puedo –y me mata la costumbre– del camión de basura que separa los residuos en plena vía pública. ¡No comments! Manda tus quejas y sugerencias y sígueme en Instagram y Twitter en @rafaelmicha y lee todas las columnas en www.radarmicha.com

 

Fotos: Especial 

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