Perfiles

Hacedor de alma nómada

Alonso Cartú nos habla de su trayectoria
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Desde la preparatoria, Alonso Carrillo Ituarte estaba seguro de querer estudiar arquitectura, por eso se inscribió en la Ibero y, aunque es una excelente escuela, al siguiente año decidió cambiarse a la Facultad de Arquitectura de la UNAM, “porque cuando estudias arquitectura en Ciudad Universitaria se abren miles de posibilidades. Ahí encontré motivaciones y pasión”, dice el joven creativo.

Es por eso que, además de sus materias regulares, siempre complementó su formación con talleres de escultura, arte y pintura. “Tras egresar, lo que más agradezco es que me hayan quitado las ideas preconcebidas, cambió mi visión de lo que es la buena arquitectura y formé mi propio criterio con base a lo que realmente vale la pena. Me hicieron seguir el camino por el cual aprendes a hacer bien las cosas”.

Entre aulas, planos e ilustraciones, porque siempre ha sido fiel al dibujo a mano y a la fantasía que la gráfica desata en su mente, tuvo la oportunidad de irse de intercambio a París en 2010, donde se enamoró de la cerámica, del contacto con ese material que ha existido en todas las eras de la humanidad.

“El invierno fue duro, me decaí, pero la primavera fue un boom de creatividad y pasé de la depresión a la felicidad. Justo allá empecé a desarrollar mi marca, porque sabía que regresando a México tendría la posibilidad de lanzarla”.

A su regreso diseñó bitácoras de dibujo y las vendió en la universidad, introduciendo la gráfica en sus productos, aunque la cerámica era su gran reto. Fue así como tomó los prototipos que hizo en París y empezó a trabajar los moldes para producir su primera colección de cerámica.

“Llevé los dibujos a tres dimensiones, buscando que tuvieran un nivel comercial, y en ese proceso surgió el nombre de mi marca: Cartú, la unión de mis apellidos, Carrillo e Ituarte”.

DE MÉXICO AL PAÍS DEL SOL NACIENTE

La Lonja MX fue su primer escaparate, donde se dio a conocer tras algunos años de asistencia. Ahí consiguió que la comunidad creativa le abriera los brazos, disfrutando esa etapa en la cual hacía grandes producciones de sus piezas, además de continuar con la carrera de arquitectura.

No obstante, también reconoció que se hallaba en su zona de confort. “Aunque logré buena aceptación y calidad, sabía que esa ruta no me traería nada nuevo, tampoco avanzaría hacia la edición de piezas únicas o pequeñas series de colección, entonces, cerré ese ciclo y terminó la producción en serie”,recuerda Alonso, quien decidió tomar otros riesgos y cumplir un gran sueño: conocer Japón, pero antes de emigrar se tituló como arquitecto.

No se preparó ni leyó nada al respecto, tampoco hizo reservas de hoteles, él sólo quería llegar y aprender algo nuevo. Así emprendió su viaje con un presupuesto bajo y aterrizó en Tokio, ciudad en la que experimentó un choque cultural, luego visitó Kioto, Kanazawa, Nagano, Hiroshima y Naoshima, donde vivió una de sus más profundas experiencias: aprender a ver con otros ojos el respeto a la vida, la naturaleza, lo que significa trascender.

“Fueron tres meses en los que conocí un planeta avismalmente diferente a México, pero no lo tomé como unas vacaciones convencionales y menos como un descanso de lujo, fue un viaje para aprender y enfrentarme a mil cosas, a mí mismo”, revela el joven artista.

“En Japón viví momentos muy buenos, otros malos, vi las caras de la soledad, esas que ahora disfruto mucho, pero allá supe entenderlas muy bien”. En el lejano oriente descubrió que vivir no es sólo un privilegio personal, porque nacemos para también hacer algo —o mucho si así lo queremos— por los demás.

 “Apreciar la vida e intentar trascender son grandes lecciones, porque mis piezas seguirán vivas aunque yo no esté, y mi esfuerzo, todo el proceso, el desgaste: a eso le llamo felicidad. Las cosas que nos cuestan trabajo, donde dejamos nuestro espíritu, son las obras que valen la pena”.

HARAJUKU Y LO QUE SIGUE

Una vez más, al retomar su vida en la Ciudad de México, le costó trabajo asentar toda esa revolución que lo estremeció, incluso pasó más de un año para que pudiera expresarlo en algo físico. Pero un buen día llegó la evocación de Japón en la colección Harajuku —nombre de un distrito cultural en Tokio—, y surgió su primera edición limitada.

“Conjunté las culturas mexicana y japonesa en piezas de cerámica, la visión que se tiene de la muerte. Exploré la fuerza plástica en un material tan frágil que, aunque sé trabajarlo, siempre será el horno el que decidirá si una pieza se pierde o va a existir”.

En la serie Harajuku Alonso trabajó junto al diseñador mexicano Iker Ortiz, quien realizó las joyas de oro que se integran a sus obras de cerámica.

“La gente tiene miedo de hacer diferentes actividades, pero hay que romper esas etiquetas: arquitecto, artista, diseñador, ¿qué importa lo que seas? Si en tu trabajo hay esfuerzo, técnica y buenos resultados no hay por qué encajonarse. “La vida no tiene que ser así, no hay que encerrarnos en una caja, mejor intentémos abrir nuestra mente”.

Para Alonso Cartú el arte contemporáneo es sinónimo de libertad, porque hoy en día puede producir lo que sea, sin la necesidad de abundar en las técnicas clásicas. No obstante, piensa que “los mejores artistas, los que trascenderán nuestro tiempo son los que tomen esa libertad y no la conviertan en libertinaje”.

Su diálogo con el País del Sol Naciente continúa, porque recientemente presentó el libro Sakura, donde reúne algunas de las fotografías que captó durante su viaje. Con un prólogo de Natalia Lomelí, esta edición se divide en siete capítulos: Contradicciones, Secuencias, Sakura, Intangible, Diálogos, La Mucha Luz y Consecuencias, cuyo recorrido visual se acompaña con textos de Pablo Goldin, Mariel Kadise, Alonso Cartú, Prince Láuder, Luciana Villegas, Sergio

Beltrán y El Cadáver Exquisito. “Tener en mis manos este libro fue un regalo, porque cumplí 30 años dos días antes de presentarlo”.

Alonso Cartú inició su bitácora de vuelo (vida) en la Ciudad de México, luego fue a París y viajó a Japón, pero ya es hora de hacer un nuevo check-in: Nueva York. Su próxima conexión llegó tras ser aceptado en Partsons School para estudiar una maestría en artes plásticas.

En pocos días se irá a vivir, por dos años, a La Gran Manzana, pero él no tiene planes, no quiere seguir caminos preestablecidos, eso sí, mientras hace sus maletas sigue preguntándose: “¿Hacia dónde voy? No lo tengo claro, pero veré qué puedo aprender, qué puedo llevarme y extraer de allá para seguir creando”.

Foto: Fernando Canseco y Cartú 

 

 

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