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Stories by Sofía: LISBOA, EU TE AMO

Entre más viajo, más me convenzo de que no solo nos enamoramos de las personas, sino también de los lugares
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Entre más viajo, entre más sitios conozco, más me convenzo de que no solamente nos enamoramos de personas sino también de los lugares que nos hicieron vibrar. No sé por qué me sorprendió tantísimo Lisboa. Quizá sea porque era la única ciudad para la cual no tenía expectativas.

Qué difícil ha sido siempre para mí eso de no crearme expectativas. Aunque lo intenté, rara vez logro no esperar nada de la gente, de un viaje o de cualquier experiencia. En esta ocasión la vida acomodó minuciosamente todas las piezas para sorprenderme y bueno, ¡me maravillé!

La manera en la que mejor he logrado describir a Lisboa es así: la gente es elegante como en Madrid, pero relajados de personalidad como en Barcelona y la ciudad se asemeja al resultado que daría si San Francisco, Buenos Aires y Barcelona hubieran tenido un bebé. La gente guapa, pero los hombres mucho más que las mujeres.

Todos bien vestidos, de jeans y camisa o de vestido y falda, sin embargo un toque casual en tenis, los tacones son sólo para ocasiones especiales. Las vistas son un deleite para la pupila y la comida es una cosa espectacular.

Si alguien me preguntara que cómo es la comida portuguesa, no sabría bien qué contestar. Me la pasé de un restaurante a otro, pues la gastronomía local es mi misterio preferido por descubrir cada vez que visito un país lejano. Sin embargo, en Lisboa la mayoría de los restaurantes son una cosa trendy y cool, modernas fusiones de sabores del mundo.

No cabe duda de que fue donde más rico comí. ¿Y lo mejor de todo? Es un país bastante barato, puedes salir a comer, conocer y divertirte sin infartarte por dejar delgada tu cartera. Si se meten a mi Instagram personal, @sofiariveratorres, podrán ver las fotos de las vistas y entenderán por qué esta ciudad me recuerda a San Francisco.

Un puente rojo largo se dibuja en el horizonte, mientras las personas caminan por un paseo trazado cerca del mar. Hay carritos en la calle con un letrero que se lee: “Vinho com Vista 3 Euros”. No podía creer que las personas estaban lucrando con la divina vista, ¡qué gran idea! Lo único que hicieron fue poner un par de sillas desplegables a la orilla de la barda que da hacia el mar y llevar unas botellas de vino con sus respectivas copas.

Jamás me senté ahí por la prisa de ir a conocer construcciones y monumentos, pero hoy me arrepiento. Esos instantes de paz y satisfacción que uno vive inesperadamente durante los viajes largos no tienen precio ni comparación. Si estás sentado ahí viendo hacia el mar, a tus espaldas tendrás una ciudad bella y alegre, repleta de puras subidas y bajadas con la usual ocupación que caracteriza a cualquier ciudad grande.

Coches que vienen y van, motonetas que pasan a toda velocidad con conductores sin casco, turistas posando para fotos y una ciudad llena de joyas escondidas que son los letreros pícaros y el arte urbano que le da color a esta ciudad feliz.

Me faltaron días para conocer Portugal, me faltó energía para recorrer Lisboa calle por calle. A pesar de que pasé ahí de lunes a miércoles fue el lugar con la mejor fiesta. Las calles que rodean la Rua da Misericórdia están llenas de gente las 24 horas del día.

No importa si estás volviendo sola a las 5 am, puedes pasear con toda naturalidad y la certeza de que llegarás con bien a tu destino. Al escuchar un acento conocido es casi instintivo buscar la mirada de quien habla como lo hacen en casa.

Los mexicanos que nos encontramos por casualidad en el extranjero nos recibimos con una amabilidad impensable en comparación con la hostilidad con la que vivimos nuestras vidas aquí en la CDMX. Pudiera ser que estando lejos de tu hogar, aceptas lo que sea que te parezca conocido.

Asimismo, me crucé con unas mexicanas mientras vagaba sola por la calle. Sencillamente por querer hacer plática y tener compañía mientras volvía a mi hotel, les dije un piropo que también era una mentira blanca. Me descubrieron y se me subieron los colores al rostro.

Ya enfiestadas, pues eran las 4 am les sonreí y les dije: “me criaron para ser encantadora, no sincera”, reímos y doblé en la esquina. Camino al hotel pasé por la Manteigaria, es la pastelería más rica de todo Lisboa, donde de amanecer a atardecer hacen los emblemáticos paséis de nata.

Los pasteles de nata, mismos que levantas de la servilleta y descubres que la han dejado transparente por la cantidad de mantequilla que tienen, son el postre típico de este país. Por toda la ciudad se ven pastelerías chiquitas con pastelitos pequeños y redondos, prácticamente idénticos de un sitio a otro, pero el sabor de la Manteigaria es inigualable.

Pensando en el pastel que me comería al día siguiente, a primera hora y planeando de una vez mi próxima visita a Portugal, volví a mi hotel a dormir.

Es la primera vez que estando aún pisando el suelo de un país extranjero me hago la promesa de volver, pues me he fascinado con Portugal como el que se enamora de una persona de la que no sabe nada, sabiendo que tiene aún todo el misterio por descubrir

 

...me he fascinado con Portugal como el que se enamora de una persona de la que no sabe nada, sabiendo que tiene aún todo el misterio por descubrir.”