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Stories by Sofía: Hay vida después del fracaso

Madrid, sin lugar a dudas, es de mis ciudades preferidas
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Madrid, sin lugar a dudas, es de mis ciudades preferidas. No importa de dónde venga o hacia dónde vaya, pasar por Madrid mola siempre. Sus calles largas y amplias, la ciudad limpia, banquetas repletas de restaurantes y vida. ¿Cómo no enamorarse de Madrid? Cabe mencionar que lois españoles son muy distintos a los mexicanos en su temperamento. Son amables, pero duros directos es la palabra.

Tan directos es más, que para los estándares de un mexicano acostumbrado a la diplomacia y los diminutivos, su manera de hablar pudiera parecernos golpeada y agresiva. Cuando Penélope y yo caminábamos por la avenida Diego de León nos topamos con un restaurancito coqueto montado sobre la banqueta.

Delante de nosotras los coches pasaban hacia la izquierda, a nuestras espaldas iban en dirección contraria, pero era una sola avenida y nosotras nos sembramos en aquel pintoresco spot que nos atrajo como imán. Algo sobrehumano me decía que yo tenía que estar en ese instante, en esa avenida, sentada en aquel lugar, comiendo esos precisos montaditos y tomando una caña fría. A menudo me siento perdida, pero una paz recorrió mi piel y me reafirmé: “Estoy exactamente donde tengo que estar.”

Como sabrán ya a estas alturas de nuestra amistad, tras leerme semana a semana, es parte de mi naturaleza ser curiosa y por ende, algo metiche. Mi parte antisocial jamás comprenderá por qué, habiendo tantas mesas disponibles en un restaurante, alguien elegiría precisamente la que está junto a la mía. Al lado, se sentaron cinco señoras, amigas, que como siempre sucede al ser mujeres, eran un tanto escandalosas.

Cada una de ellas iba vestida de una manera peculiar, fashion y chic, con estilo propio que al hablar se transformaba en una personalidad fantástica. Intenté ser prudente, pero me fue imposible no escuchar sus historias. Después de unos cinco minutos de intentar disculparme internamente por estar atenta a su plática y desatenta a la mía, me rendí. Estaba intrigada con ellas, absolutamente inmersa en su mundo de stilettos, cinturones vintage, bolsas de diseñador y amoríos regados por el globo.

Mi lienzo ideológico, blanco hasta ahora, se batía con cada palabra de pinceladas poderosas con las que una tras otra se me abrían infinitas posibilidades. Han de haber tenido por ahí de 50 años y me fue imposible no imaginarme una escena del reencuentro de Sex And The City 20 años después si las protagonistas de mi serie preferida hubiesen sido españolas.

Desconozco sus nombres, pero juro que aprendí más en esos 30 minutos de escuchar pláticas ajenas que lo he aprendido en mi vida entera. Tardó poco Penélope en tirar toalla y en vez de intentar platicarme me dejó ser la peor acompañante del mundo y me quedé atenta a la conversación de al lado. Pero es que prometo que cualquier cosa que pudiera platicar con ella sería bobería comparada con la cátedra de esperanza que estaba recibiendo sin consentimiento de quien la declaraba.

Eran cinco mujeres de distintos países, con vidas diferentes y ahora reunidas en Madrid para ponerse al día. Había una mexicana, una italiana y, si no me equivoco, tres españolas. En su mayoría, charlaban de las vidas espectaculares que habían construido después de sus respectivos divorcios. Una decía que su hija tenía un novio divino, otra le contestó: “dile que nunca se case”. “Pero sí quiero nietos”, reclamó la primera.

La italiana con un tono entre pícaro y serio le dijo, “yo te rento tres”. Así siguió la plática con bromas jodonas, carcajadas exquisitas y sarcasmos ingeniosos que solamente se disfrutan entre las amistades más sinceras. No sé cómo no notaron que estaba entrometida en su plática si reía, me sorprendía e incluso me agobiaba ¡al mismo tiempo que lo hacían ellas! Eventualmente llegó el momento de irme y justo cuando me paraba me acordé de una promesa que me hice a mí misma hace poco.

Me juré que si está en mi poder hacer a alguien sentir bien con una verdad, lo haría. Quiero crearme el hábito de decirle a las personas lo que admiro de ellas. Volteé mi cuerpo hacia su mesa y les dije: “Disculpen, perdón por interrumpir pero les tengo que decir que son el grupo de señoras más cool que he visto en mi vida y que he aprendido más de ustedes en estos 30 minutos que lo que había aprendido en 25 años por mi parte”.

Era evidente que para estas ladies un cumplido de una chavita les hizo el día, y ¡ellas me lo hicieron a mÍ! La mexicana al reconocer mi acento y comentar que somos paisanas me preguntó, “¿y que aprendiste?” En México somos tan conservadores que toda la vida te enseñan que las cosas se deben hacer de esta manera y si te salen diferente significa que ya te salió mal y fracasaste. En nuestro país un divorcio, enviudar, terminar una relación, perder tu trabajo, no terminar la escuela, todo es sinónimo de fracaso.

De ellas aprendí que aun después de un cáncer, tres exesposos, pleitos con sus hijos… aun así a sus 50 y tantos estaban apenas viviendo su mejor vida. Una española se sonrío y me dijo: “Claro cariño, hay vida después del fracaso”. Todas nos regalamos una unánime última sonrisa, de esas de complicidad y me marché. Todo tenía una nueva perspectiva y reafirmé de una vez y por todas que no existe plática más íntima que aquella que se comparte con un completo desconocido.

 

No existe plática más íntima que aquella que se comparte con un completo desconocido.

 

Fotos: Cortesía 

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