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#RADAR: ni tan Uber

No sé qué pasa con Uber

Rafael Micha

Rafael Micha M Sc. es Socio Fundador y Director en GRUPO HABITA, experto en relaciones públicas, marketing y VIPs. Conocedor y amante del arte.

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Por muchos lados —en vivo y a todo color— y más, más, más en el mundo virtual de las plataformas sociales (de las cuales soy adicto declarado) se comparten historias de terror. Que si Héctor Mijangos. Que si "It Girl". Y obviamente la mía propia. ¿Serán leyendas urbanas o casos de la vida real? Hace un par de años escribí esta loa al director —en aquella época— de la empresa para la revista Quién, por ser uno de los seleccionados de la prestigiada lista de los “personajes que mueven a México”. Empezaba con: ¡UBER CEO! Y me seguía como collar de perlas y destacaba las virtudes de convertirme en “mi propio jefe, con mi coche, en socio Uber”. Tantas porras, desenfrenadas: ¿habrá sido por la novedad? En aquel momento elegí que Uber fuera mejor mi conductor privado como para otros más de 700 mil usuarios en aquel entonces en nuestro país, para que “los ciudadanos nos reconectemos con nuestra metrópoli”. Por esas fechas, Uber había revolucionado el transporte en el mundo y en México, donde ya existían más de medio millón. Era posible acceder al servicio en tantas ciudades como hoteles de Grupo Habita: Monterrey, México y Guadalajara, etc. La Ciudad de México fue la primera en América Latina donde Uber inició operaciones, después de una larga lucha y de una campaña de marketing que desafiaba a los sindicatos corruptos, a obsoletas leyes de movilidad y a privilegios todos: ¡Uber se queda! Y en redes sociales nos sumamos todos para defender a capa y espada el derecho de los consumidores a escoger y ampliar los servicios y alternativas de transportación.

Veía similitudes entre nuestras empresas y muchos comunes denominadores. A su llegada fue innegable la omnipresencia y la fuerza con la que Uber expandió su negocio. Se convirtió en un must de mi vida diaria y tenía religiosamente una calificación de 4.8. Hoy, hoy, hoy en que el servicio ya no es tan innovador y se enfrenta a una ardua competencia, las cosas han cambiado mucho. 

De ser mi start-up consentida, mi network de personal drivers me dan apenas un rating de 3.8. Obvio, me lo merezco, y no me quejo: es un hecho innegable que soy muy exigente, califico siempre el servicio y generalmente encuentro que sus estándares de servicio (que antes eran tan buenos como el mejor chofer de los BMW house cars de GRUPO HABITA) han ido en picada. O son inexistentes. Los socios cancelan con singular alegría y cada vez más frecuentemente. Me parece que son irresponsables al momento de confirmar un servicio, porque muchas veces NO están en la cercanía del usuario, pero más importante y fundamental NO conocen nuestra caótica Ciudad. 

El general manager de aquel entonces —que ayudó con el empoderamiento del ciudadano de a pie y lo convirtió en empresario y jefe de su compañía— la dejó ya, pero en el interim reclutó a muchos improvisados. Y les hizo creer que eran la neta del planeta. Uber —antes paladín de la defensa de los derechos del consumidor y promotor del autoempleo— es un nuevo villano. De ciertamente transformar a México con su servicio, con su plataforma de viajes compartidos en tiempo real y su vanguardista UberEats, ahora —on the record— digo: ¡retiro lo dicho! No sé exactamente en qué momento se convirtió en una empresa tan mala. No parece que hay capacitación alguna. No hay actitud de servicio, ninguna. Los conductores (perdón, “socios Uber”) creen que con comprar un coche nuevo ya la hicieron. Y no. En lo personal, tengo el problema en que mi calle tiene entrada por dos lados y nunca le atinan. Aún con la ubicación al milímetro exacto. Y nunca logran pasar por la caseta. O no llaman por teléfono para su acceso. Y, generalmente, ya cuando llegan seriamente retrasados nomás no la hacen. 

En mayo, gracias al tercer día en que “no circulo” por las contingencias decidí darme Uber. El primer servicio que pedí a las 7a.m. me colgó el teléfono cuando le dije que estaba en un acceso clausurado y se tenía que “dar la vuelta”. El siguiente servicio no escuchaba las direcciones del Waze, amén del rancio olor de la unidad, mismo que era insoportable. Nos perdimos al menos cuatro veces en un trayecto que no podía ser más fácil y sencillo. Siempre los traslados terminan “recalculando la tarifa original” aún cuando su disclaimer dice que “la tarifa del viaje se calculó según las tasas que se mostraron durante la reserva y otros ajustes y cargos aplicables” (sic). Lo único que se salva es su marketing virtual, que si para mamás (y su perfil familiar). Que si para UberEATS y su intento para romper el Guinness World Record. Y sus ingeniosos hashtags. ¿Será que mejor bajo a mi Samsung S8+ la App de Cabify? ¿O mejor regreso a tratar con mi sitio de taxis más cercano?

#SeAceptanSugerencias. 

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